Luego de casi unos 7 años sin visitar Argentina, se presentó la oportunidad de retornar a este país. Tuve la fortuna de volver a guiar en el Aconcagua, con un grupo bastante reducido, ya que en total, éramos tres personas, que intentaríamos esta anhelada cumbre.
El Aconcagua, tiene un significado especial, ya que fue en esta montaña y luego en mi experiencia en Mendoza, donde decidí dedicarme a ser Guía de Montaña, han pasado más de diez años desde ese momento, y ha sido mucho lo aprendido y por supuesto, lo andado.
El volver a Mendoza, después de tanto tiempo, fue una experiencia interesante, el saberse reconocer en sus calles, sus parques y a pesar de que muchas cosas han cambiado, la ciudad sigue siendo la misma y el calor del verano, que siempre te invita a tomarte una cerveza bien fría.
Luego de organizar todo y encontrarme con mis clientes (Georg Von Schuckman y Erik Paskal) salimos rumbo a la montaña, a reencontrarme con el Aconcagua, que en la última oportunidad que estuve allí, no me dejo alcanzar su cumbre. Tardamos tres días en llegar al Campo Base, conocido como Plaza Argentina, entre esos días recibimos el año en el Campamento de Casa de Piedra, con un viento bastante fuerte, pero al menos logramos celebrar y desearnos las mejores cosas para el nuevo año. Una vez en Plaza Argentina iniciamos el trabajo de porteos a los respectivos campamentos, con dos intenciones, la primera y la más importante, la de aclimatarnos a la altura y la segunda, la de tener aprovisionados nuestros campamentos, para el ataque definitivo a la Cumbre.
Ya en condiciones, tanto nosotros, como lo que nos decía el pronóstico de la montaña, iniciamos el ataque final, subiendo progresivamente a los Campamentos establecidos CI (5.400 m); (CII: 5.800 m) y CIII: mejor conocido como Campamento Cólera, desde donde iniciaríamos nuestro ascenso a la cumbre. Luego de una noche llena de expectativas, abandonamos el campamento en horas de la madrugada, con un clima bastante benigno, un poco frio pero así sin viento y con un cielo bastante despejado, que nos permitía disfrutar de un paisaje que se iba extendiendo hacia el horizonte, a medida que ganábamos altura. Luego de superar la famosa y “temida” Canaleta, alcanzamos la cumbre, con un clima espectacular y a pesar de estar un poco cansados, logramos alcanzar esta cumbre. Por suerte una vez allí me encontré con antiguos compañeros de montaña, todos guías de Bolivia, con quienes además tuve la oportunidad de compartir la cumbre. De allí el descenso, celebración en Campo Base y disparados hasta Mendoza, para encontrarnos con un buen Bife de Chorizo y un buen vino y celebrar en el mejor sentido de la palabra, ya que la cumbre siempre es la mitad del camino.
Mis clientes del Aconcagua partieron a sus respectivos hogares y yo me dirigí a uno de mis lugares favoritos en el planeta, que es San Carlos de Bariloche, donde recibiría a mi otro grupo de clientes, Luis y Andrea, con quienes compartí el pasado octubre en Ecuador y deseaban una Escuela Glaciar, para conocer mejor el mundo de la Alta Montaña.
Estuvimos cuatro días en el Cerro Tronador, donde recorrimos sus glaciares y realizamos un intento a Cumbre, pero tuvimos que volver, porque la ruta no permitía el paso “fácil” que había en otras temporadas, nos conformamos con la cumbre del Filo La Mont y de allí retornamos a Bariloche y ellos a casa.
Yo me tomé unos días extra, para escalar en las Agujas de Frey, conseguí a varios compañeros, primero un argentino, Nicolás y luego unos amigos bolivianos con quienes estuve escalando más tiempo, lamentablemente el clima no estuvo muy bueno, pero nos permitió escalar lo suficiente y divertirnos como siempre se hace en la montaña.
Vive con nosotros la mágica experiencia de gritar “Cumbre” en las alta cima de una montaña.
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